Psicópata.
Me lo habrán dicho mil veces, incluso estuve a punto de creérmelo. Quería aferrarme a la esperanza de encontrar algo que me hiciese sentir otra vez algo más allá de esta fría indiferencia que me produce todo. Y quien busca, encuentra. Giro la cabeza y te veo dormir. Vulnerable. Expuesto a mí. Sería muy fácil matarte, tu cuello queda totalmente expuesto a mí. Tu corazón también. Y tu cara... esa expresión. Afable y tranquila. Gotas de sudor perlan tu frente, fruto de la fiebre.
Confías en mí. No sé cómo me pude ganar a alguien como tú. No sé cómo sigues a mi lado a pesar de todo lo que sabes de mí. Y sin embargo aquí estás. Tu brazo alrededor de mi cintura. Agarrándome como si tuvieses miedo de perderme. De vez en cuando despiertas sobresaltado. Me miras. Sonríes. Te incorporas y me besas. Vuelves a cerrar los ojos y a los pocos minutos vuelve a oírse tu respiración acompasada. Quizás lo que te despierta no es el miedo a perderme, quizás intuyes lo que pasa por mi mente. Sabes que el día en que me dejes tendré que matarte. Sin embargo, será por supervivencia. No soy una psicópata. Tu muerte me dolerá eternamente. Cada fibra de mi ser me reprochará cada segundo de esta vida el haber acabado contigo.
Hasta entonces, no podré evitar susurrarte que te quiero.
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